Desconfiar también es democracia
Opinión | En tiempos donde la publicidad lo invade todo —desde las redes sociales hasta los medios tradicionales— es fundamental levantar la mirada crítica frente a las campañas políticas y sociales financiadas por grupos económicos poderosos, inversionistas extranjeros e incluso redes asociadas al crimen organizado. Estas campañas no son actos de caridad ni gestos inocentes. Son inversiones, y como toda inversión, esperan un retorno.
Detrás de cada valla, cada anuncio pagado, cada trole en redes que intenta moldear la opinión pública, hay un interés. Nadie gasta millones sin esperar un beneficio proporcional. El problema no es solo el dinero, sino el poder que compra. Poder para influir, manipular, imponer agendas y hasta para encubrir delitos.
El ciudadano debe desconfiar con inteligencia. Desconfiar no es ser paranoico: es ejercer democracia con responsabilidad. Es preguntarse quién financia, por qué lo hace y qué pretende obtener a cambio. Porque muchas veces los discursos que suenan a progreso y desarrollo esconden la puerta trasera de la explotación, la corrupción o la impunidad.
No se trata de rechazar toda inversión ni de cerrarse al mundo, sino de entender que detrás del brillo publicitario puede haber sombras peligrosas. Y que, en política, los discursos bonitos suelen tener patrocinadores con billeteras gruesas y manos largas.
Cuidado con los que vienen con millones bajo el brazo. Cuidado con los que compran influencia disfrazada de publicidad. Porque la historia ha demostrado que cuando se compra una campaña, muchas veces también se compra el silencio, las leyes y hasta la voluntad del Estado.