Cuando el hasta aquí es la opción elegida: Irse con dignidad.

Opinión: Llevo semanas atravesando una situación de salud de la que todavía no salgo del todo. Sin embargo, en algún momento, al entender que existía una posibilidad de que el diagnóstico fuera “malo”, me puse a pensar qué querría y qué no de mi futuro como persona con una condición compleja, en donde mi cuerpo se fuera cosumiendo por la enfermedad.

Al final, en mi caso, es muy posible que todo esté bien y que no sea lo que se pensó en un primer momento, sin embargo, hay varias cosas que medité seriamente al respecto en estos días de espera tras la biopsia que es parte del plan diagnóstico.

Primero, no estaba segura de querer “luchar contra la enfermedad”, me di cuenta de que ya estaba bastante cansada de dar diversas luchas en la vida como para dar otra. Entonces, bajo este contexto, aceptar o no un tratamiento era una decisión muy personal que debía tomar, con sinceridad, realismo y sobre todo observando los miedos.

Segundo, en cualquier caso, cuando sintiera que la vida no valía la pena vivirse, o simplemente porque no quería ver (ni sentir) a mi cuerpo degradarse (por más que se hable de medicina paliativa, esa perspectiva no me convence cuando se trata de un cuerpo degradado al límite), quería morir en paz, como mi perrita Tica, la cual murió en mis brazos cuando la “pusimos a dormir” años atrás.

Mi perrita Tica recibió todos los cuidados necesarios y la mejor medicina que pudimos en su momento. Mas, llegó un punto en que ella estaba lista para partir. Lo supimos en cuanto estuvimos junto a ella, en el cuarto médico, luego de un terrible diagnóstico en la veterinaria.

Recuerdo que mis padres y mi hermana nos acercamos a ella, cuando nos vio se trató de levantar como siempre lo hacía para saludar. Le dije: “Tica, ya no hace falta que te levantes”. Ella estaba sumamente tranquila, con sus grandes ojos reflejando el mundo, siempre fue una perrita muy inteligente y sensible. Me agaché hacia la camilla y la rodeé con mis brazos, acercando mi rostro hasta su hermosa cabeza para asegurarme de que me pudiera escuchar. “Te amo Tica”, le dije, una y otra vez. “Te amo”.

Mi hermana le tomaba su pata y mis padres, silenciosos, observaban con ojos húmedos. Estuve pendiente del momento en que la doctora le hizo pasar el suero de la muerte y me aseguré de que sus orejas recibieran mis palabras.

Es muy curioso, pero no sentí ninguna diferencia de cuando Tica murió a cuando estaba viva, su cuerpo estaba relajado antes de morir y al morir estuvo igual de relajado. Es la muerte más memorable que recuerdo de todos los perros que nos han acompañado en la vida.

Analizando el caso de forma concreta, claramente hubiera sido absurdo someter a Tica a más sufrimientos, sabiendo que el mal era irreversible y que estábamos en el límite, literalmente, de que su calidad de vida se desboronara.

Sin embargo, si Tica me lo hubiera pedido, hubiera seguido adelante con otros tratamientos, porque todo ser tiene derecho a seguir viviendo, a luchar por la vida, siempre que lo desee. Además, lo que para uno es miseria, para otro es esperanza y brío.

El asunto es que, pensando en mí misma y en la enfermedad, en cualquier caso, con medicina paliativa o no (la que por cierto tiene sus límites), no quería vivir hasta que mi cuerpo se degradara, simplemente no era algo que quisiera experimentar. No, quería morir cuando yo decidiera que estaba bien hacerlo y estando lúcida.

Pensé en que en Costa Rica no existe ni la eutanasia ni el suicidio asistido y, si existieran, seguro sería un calvario acceder a ellos, ya que, en un país como este, estaría la posibilidad repleta de fórmulas médicas, burocracia, médicos que certifiquen cosas, nada de eso me interesaría como persona que quiere morir en paz.

Me parece muy cruel, por ejemplo, las historias de personas que han dado luchas tremendas con el sistema, por ejemplo, en Colombia, por hacer efectivo su derecho a morir, en lugar de estar disfrutando lo que queda, dignamente, con quienes aman, etc. No me gusta tampoco la idea de estarle pidiendo permiso al Estado, a un médico o a cualquier tercero para morir.

Claramente se puede cambiar de opinión, pues el ser humano es eso: cambios. Mañana a lo mejor, ante un panorama de degradación del cuerpo, una prefiera llevar a cabo todos los tratamientos del mundo, dar la batalla (o las batallas), o sobrellevar lo paliativo, lo cual debe respetarse, del mismo modo que otros aceptan esperar la muerte, en el momento en que “Dios quiera”, en completa paz.

Por eso, al final es el paciente quien tiene la última palabra, en uno u otro sentido, pues es el único que realmente sabe lo esencial sobre sí mismo y su cuerpo.

El asunto es, que quien quiera vivir, que lo haga, quien quiera morir, que también lo haga de una manera digna, llena de amor. En donde inclusive la muerte se pueda socializar de una manera distinta.

Quizás algún día exista disponible algún suero o brebaje en donde lo mismo que Tica, simplemente una se quede dormida y ya.

Si al final de cuentas una elige, en parte, la vida que quiere vivir, ¿por qué no hacer lo mismo con la muerte?

Opinión de: Mila Argueta Románova, paralegal.


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