Bloquear, ocultar y eliminar el odio digital para ver la política real
La democracia no se defiende con likes, se construye fuera de redes.
Opinión | Bloquear, ocultar y eliminar los mensajes de odio en redes sociales no es censura, es una forma de desintoxicarse de la manipulación masiva y entender mejor la política nacional. En esos espacios no solo opinan ciudadanos informados, confundidos o desinformados. También operan personas pagadas, troles de granja y troles políticos financiados con el dinero del crimen organizado.
Las granjas de troles no son baratas. Tienen un costo logístico y humano considerable. Y por eso sus patrones se repiten: los mensajes se parecen, los perfiles son falsos o clónicos, y siempre apuntan al mismo objetivo: manipular la opinión pública. No opinan, ejecutan una estrategia.

Usan ingeniería social, psicología conductual y explotación emocional. Su herramienta favorita es la “espiral del silencio”: atacar a la persona y no al mensaje. Desacreditar sin argumentar. Burlarse para silenciar. Ridiculizar para imponer una narrativa. Todo con el objetivo de mantener la corrupción intocable, como si cambiando de delincuente se resolviera el problema.
Este radicalismo digital opera igual que el fanatismo futbolero: crea hinchas. Gente que ya no razona, solo defiende “su equipo”. Gane o pierda, se sienten parte de los “ganadores”. No buscan verdad, buscan victoria. Una victoria que otros compraron por ellos, con dinero que nadie cuestiona, pero que claramente no viene de la transparencia ni la honestidad.
Y es que hay algo revelador: muchas veces se publica un texto con un título provocador, y los troles reaccionan solo a eso. Comentan sin haber leído. Comparten sin entender. Atacan sin analizar. Porque no están diseñados para pensar, están programados para actuar.
La guerra informativa no se gana en un campo controlado por algoritmos que obedecen al dinero. Hoy las plataformas pueden ser manipuladas por intereses farmacéuticos, corporativos, políticos o criminales. No es ahí donde vamos a recuperar el tejido social ni la democracia.
Costa Rica necesita conversar fuera de redes. Con el vecino, con la familia, en la comunidad. La vigilancia ciudadana no se terceriza, ni se ejecuta con likes. Se organiza. Se denuncia. Se participa. Y sobre todo, se piensa.
Quienes han usado la cultura de la cancelación para silenciar al que piensa diferente deben también enfrentar el rechazo ciudadano. No como venganza, sino como consecuencia. Porque si no son capaces de un debate serio, con memoria histórica, conciencia geopolítica y entendimiento del rol del narcotráfico en la política nacional, entonces son parte de la maquinaria que nos destruye.
El dinero tiene tentáculos. Tiene títeres. Tiene sirvientes deshumanizados, narcisistas funcionales que venden sus valores al mejor postor. Hoy esos mercenarios de la opinión están dañando la democracia. Pero toda factura se cobra. En esta vida… o después de ella.



